Deuteronomio 6:5
Por Fina M. de Sánchez
El corazón es un órgano vital para la vida, el cuerpo necesita que esté en perfectas condiciones. El corazón, como todas sabéis, es el centro de nuestro ser.
Hablando del corazón como órgano de nuestro cuerpo, sin él no es posible vivir. Tampoco podemos vivir con una parte. No podemos hacer como con otros órganos. No podemos donar una parte de nuestro corazón. Se puede vivir con un ojo, con un riñón, con una pierna, sin un brazo, incluso se puede vivir con medio hígado; pero por más que la ciencia avance, no se puede vivir con medio corazón. Dios lo creó así.
La Biblia nos habla de otro corazón que no es de carne, sin embargo, es igualmente vital para el ser humano. Este corazón refiere a la parte interna del hombre. Muchas veces usamos expresiones como estas: “Fulanita tiene un corazón de oro”, o que “tiene un corazón muy grande”. También se habla del que tiene un corazón “podrido”. Y es que de ese corazón puede salir tanto lo bueno como lo malo. De ahí salen nuestras motivaciones, deseos, ya sean buenos o malos, pensamientos también buenos o malos, celos y un largo etcétera.
En Mateo 15:19 se nos habla de cosas tan malas que pueden salir del corazón que jamás pudiéramos nosotras llegar a pensar. Y Lucas 6:45 nos habla también del tesoro de nuestro corazón, ya sea bueno o malo, y que de él sale tanto una cosa como la otra. Y la conclusión es, como nos dice el Señor Jesús: “…de la abundancia del corazón habla la boca”.
Nadie conoce su propio corazón.
Se dice del corazón de un enamorado que está en una habitación en silencio, que “se pueden oír sus latidos” cuando entra en ella su amada. Pero a pesar de todo, una verdad es esta: nadie conoce su propio corazón. Dios nos advierte en Jeremías 17:9. Allí se nos dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”.
En nuestros días podemos ver con más claridad lo que del corazón del ser humano puede llegar a esconder. La maldad ha crecido tanto en los adultos como en los niños, y todavía más en los jóvenes. Hoya en día ha adultos que parecen niños y jóvenes que parecen viejos, sin ganas de vivir ni ilusión por nada.
Pero el versículo 10, después de que el Señor hace la pregunta, nos llega la respuesta: “Yo Jehová”. ¿Quién puede librarse de esa inquisición? La luz es lo que manifiesta todo. Y Dios es Luz. Su presencia nos hace ver muchas veces que nos creemos buenos cuando en realidad somos malos.
¿Para qué sirve un órgano tan vital y tan maligno?
Debemos dar gracias a Dios que Él nos pide nuestro corazón (Proverbios 23:26 y otros) sucio y lleno de pecado, de rebeldía, de egoísmo, celos, etc., y nos lo pide tal como está para transformarlo. Él lo quiere tal y como está. No podemos ayudarle a cambiarlo. A menudo este intento de nuestra parte se convierte en un empeoramiento. Sólo Dios puede tomar un corazón y cambiarlo para que de él salgan cosas buenas y dignas. En el Salmo 51:10 decía David: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio…”. Él sabía que solamente Dios podía hacer aquella obra. Solamente Cristo con su sangre derramada en la cruz puede cambiar la actitud de nuestro corazón original.
Terminaremos este capítulo con este versículo: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” Proverbios 4:23.
En el número anterior vimos algunas cosas acerca de nuestro corazón. Sería bueno que dieras un repaso al artículo anterior antes de leer este. De esa forma revivirás y comprenderás mejor lo que decimos en esta continuación.
Sabemos que el corazón no se puede trasplantar; es vital para nuestra existencia. También sabemos que el corazón de un enamorado palpita tan fuerte que se puede escuchar. Y asimismo sabemos que de él sale lo poco bueno y mucho malo. Pero Dios lo pide tal como está y nosotras debemos tener el mismo deseo que tuvo David en el Salmo 51:10: “Crea en mi, oh Dios, un corazón limpio…”. Debemos pedir al Señor que haga esta obra en el nuestro.
Sólo Dios puede tomar un corazón y transformarlo. Aunque el corazón no tiene boca ni está a la vista para manifestar sus expresiones, todas sabemos que el corazón nos habla con malas expresiones y malas contestaciones; cosas que hasta a nosotras que somos sus dueñas nos asombran muchas veces.
En Lucas 6:45, pasaje al cual nos referimos en el anterior artículo, se nos dice: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Nuestro corazón manifiesta nuestras intenciones; revela nuestras inquietudes; nos demuestra lo que somos en realidad. Otras veces nos engaña haciéndonos pensar que somos mejores de lo que en realidad somos. Con toda razón nos dice Jeremías que el corazón es engañoso más que todas las cosas, y perverso (Jer.17:9). Pero nuestro énfasis es que, aun y siendo así, Dios demanda nuestro corazón tal y como está. Él nos dice: “Dame, hijo mío, tu corazón” (Pro.23:26a).
Un caso extraño nos puede parecer el de David. Hemos visto que él pide un corazón limpio. Y a pesar de haber cometido tan grosero pecado; o quizá debiéramos decir pecados, Dios dice de él que tenía un corazón conforme a su corazón (1Sam.13:14 y Hch.13:22). No olvidemos que, si bien Dios dijo esto antes de que David hubiese pecado, Dios conoce los corazones, y bien sabía lo que habría de ocurrir en su futuro.
Un corazón sin Dios está en oscuridad.
Se ha dicho que no hay más ciego que el que no quiere ver. Romanos 1:21 nos habla claramente del corazón que da la espalda a Dios. El corazón que le ignora voluntariamente; que no le reconoce como Dios, son corazones envanecidos. Él lo denomina “necio corazón”. Dicho corazón se ha entenebrecido; se ha oscurecido, ha entrado en densas tinieblas y ya no puede ver. ¿No es esto una fotografía del mundo en el que vivimos hoy? Cuando testificamos y hablamos con ellos de Cristo y de su necesidad de salvación vemos en realidad sus corazones negros como el carbón por la gran oscuridad y que no pueden ver que están perdidos. Y así estábamos nosotras un día; perdidas y ciegas. Y a menos que la luz del evangelio resplandezca en sus corazones y los ilumine, seguirán sin ver hacia una perdición segura. Debemos dar gracias a Dios porque un día nos hizo ver. Como nos dice el famoso himno “Sublime Gracia”: “Fui ciego, mas hoy miro yo, perdido y Él me halló”. Hermanas, tenemos una gran responsabilidad. Jesús es la luz del mundo (Jn.8:12), y la luz en las tinieblas resplandece (Jn.1:5). Así que, nosotras que ahora vemos debemos desear ser usadas para que Dios ilumine los corazones de otros para salvación. La Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies, y lumbrera a nuestro camino (Sal.119:105), y nuestro deseo es que siga iluminando corazones entenebrecidos, sabiendo que si alguien es iluminado, no hay gloria para nosotras, puesto que ninguna de nosotras tenemos potestad de iluminar a nadie. Esta obra es de Dios.
En Mateo 19:8, aunque es obvio que se está hablando del tema del divorcio, también se nos presenta otro corazón; el corazón duro. Este ya no es el corazón entenebrecido, este es un corazón tozudo, empecinado. Y no queremos olvidarnos de este corazón. Éste no es un corazón de incrédulos necesariamente. El corazón duro puede tenerlo tanto el incrédulo como el creyente. Aquel que no quiere oír endurece su corazón. Se torna insensible a lo que el Señor hizo por él o ella. Aquellos que siendo creyentes no quieren escuchar lo que el Señor les quiere enseñar se tornan en corazones endurecidos. En el libro de Hebreos el escritor inspirado nos dice claramente que no debemos tener corazones duros (He.3:12-15).
Hermanas, Dios busca corazones. Unos para salvarlos. Otros para moldearlos. Dios busca tu corazón tal como esté.
Ojalá podamos decir como dijo el salmista David: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal.40:8).
El Señor está pidiendo tu corazón; no se lo niegues para que te vaya bien.
Que el Señor nos bendiga.