Bajo las Alas del Altísimo

Traducido y adaptado por Pedro Pinyol

Ríos de tinta han sido escritos sobre la vida de oración y aún así la falta de oración sigue siendo el pecado que más abunda.  Como cristianos fallamos a menudo en nuestra comunión diaria con el Señor, como ministros nuestras vidas y ministerios carecen de poder de lo alto por nuestra falta de oración.  Los discípulos vieron a Cristo hacer milagros, sanar a los enfermos, hablar a multitudes y levantar a los muertos, pero nunca indagaron acerca de la metodología de lo extraordinario.  Su única pregunta fue, “enséñanos a orar”.  La comunión secreta con el Padre, el clamor del alma por el Omnipotente, vivir bajo las alas del Altísimo, eso era lo que importaba.  Dios nunca ha usado a un hombre que no pasara tiempo ante su presencia. Dios nunca a revelado los secretos más preciosos de su santidad a nadie que no haya amado la comunión intima con Él.  Necesitamos la oración.  Sin ella morimos. Nuestras vidas se enfrían, nuestros púlpitos carecen de unción de lo alto, nuestro evangelismo se hace impotente, nuestra vida se convierte en un mero formalismo religioso. No habrá avivamiento en nuestras vidas y en nuestras Iglesias a menos que tengamos en nuestros corazones el sentir del profeta cuando oyó el mandato del Señor, “levántate, da voces en la noche, en el principio de las velas; derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor; alza tus manos a él por la vida de tus pequeñitos, que desfallecen de hambre en las entradas de todas las calles.” (Lamentaciones 2:19).  Oh Cristiano, LEVÁNTATE. Oh Pastor, LEVÁNTATE, oh predicador, maestro, siervo, padre y madre…levántate derrama como agua tu corazón ante la presencia del Eterno intercediendo por tu vida, por la de tus seres queridos, por las almas que ministras, clama por sus vidas y que tu corazón se llene de esa pasión por las almas perdidas que desfallecen de hambre espiritual en nuestras ciudades y aldeas, en nuestras calles, tan cerca de nuestro hogar.

Miremos en las hojas de la historia el ejemplo de aquellos hombres de fe que nos precedieron.  Decía Robert Murray McCheyne:

“Busca LA SANTIDAD En todos los detalles de la vida.  Toda tu eficiencia depende de esto, porque tu sermón dura solamente una o dos horas pero tu vida predica toda la semana.  Si Satanás logra hacerte un ministro codiciosos, amante de las adulaciones, del placer de la buena mesa, habrá echado a perder tu ministerio.  Entrégate a la oración para que tus textos, tus oraciones y tus palabras vengan de Dios.  Lutero pasaba en oración las mejores tres horas del día.”

Newton conocía el secreto de la oración y aún así reconocía su pecado de falta de ella.

“La causa principal  de mi pobreza e ineficacia – dijo – es debido a una inexplicable negligencia en la oración.  Puedo escribir, leer, conversar y oír con voluntad presta pero la oración es más íntima y espiritual que estas cosas y por eso mi corazón carnal fácilmente la rehuye.  La oración, la paciencia y la fe nunca quedan sin efecto.   Hace tiempo que he aprendido que si llego a ser un ministro será por la oración y la fe.  Cuando mi corazón está en aptitud y libertad para orar, cualquier otra tarea es comparativamente sencilla.”

RICHARD NEWTON.

La oración es la más alta prueba de energía de que es capaz la mente humana; porque para orar se requiere la concentración total de las facultades.  La gran masa de hombres mundanos es absolutamente incapaz de orar.

COLERIDGE

Es necesario que la comunión con Cristo sea una comunión creciente.  Siempre encontramos cortinas por descorrer, que antes no eran visibles, y nuevos pliegues de amor en Él.  Desespero de llegar  a la total comprensión de ese amor, tiene tantas complicaciones.  Por tanto, cava profundamente, suda, trabaja y afánate por él, y aparta cuanto más tiempo del día te sea posible para la oración.  El que lucha vence.

SAMUEL RUTHERFORD.

 

DEDICA TIEMPO EN LA ORACIÓN

Los hombres que en su carácter se han asemejado a Cristo y que han impresionado al mundo con él, han sido los que han pasado tanto tiempo con Dios, que este hábito ha llegado a ser una característica notable de sus vidas.  Carlos Simeón dedicaba de las cuatro a las ocho de la mañana a Dios.  El Señor Wesley pasaba dos hora diarias en oración.  Empezaba a las cuatro de la mañana.  Una persona que le conoció bien escribía:  “tomaba la oración como su ocupación mas importante, y se le veía salir después de sus devociones con una serenidad en el rostro que casi resplandecía.” El mismo Wesley decía:  “Dadme cien predicadores que no teman más que al pecado, que no deseen más que a Dios, no importa si son clérigos o lacios; solamente ellos conmoverán las puertas del infierno y establecerán el reino de los cielos sobre la tierra.  Dios no hace nada sino en respuesta a la oración.”

Juan Fletcher mojaba las paredes de su cuarto con el aliento de sus oraciones.  Algunas veces oraba toda la noche, frecuentemente, con gran fervor.  Toda su vida fue una vida de oración.  “No me levantaré de mi asiento – dijo – sin elevar mi corazón a Dios.”  Cada vez que encontraba a un amigo le preguntaba en forma de saludo: “¿le encuentro a usted orando?.”  El sabía lo que significaba orad sin cesar.  La experiencia de Lutero era ésta:  “si dejo de pasar dos horas en oración cada mañana, el enemigo obtiene la victoria durante el día.  Tengo muchos asuntos que no puedo despachar sin ocupar tres horas diarias de oración.”  Su lema era.  “el que ha orado bien ha estudiado bien.”

Joseph Aleine dejaba el lecho a las cuatro de la mañana para ocuparse en orar hasta las ocho.  Si oía que algunos artesanos habían empezado a trabajar antes de que él se levantar, exclamaba: “¡Cuán avergonzado estoy! ¿no merece mi Maestro más que el de ellos?” El que conoce bien esta clase de operaciones tiene a su disposición el banco inextinguible de lo cielos.

Un predicador escocés, de los más piadosos e ilustres, decía “mi deber es pasar las mejores horas en comunión con Dios.  No puedo abandonar en un rincón el asunto más noble y provechoso.  Empleo las primeras horas de la mañana, de seis a ocho porque durante ellas no hay ninguna interrupción.  El mejor tiempo, la hora después de la merienda, lo dedico solemnemente a Dios.  No descuido el bueno hábito de orar antes de acostarme, pero pongo cuidado en que el sueño no me venza.  Cuando despierto en la noche debo levántame y orar.  Después del desayuno dedico algunos momentos a la intercesión.”  Esta era el plan de oración que seguía Roberto McCheyne.  La famosa liga de oración metodista nos hace sentir avergonzados cuando leemos su meta de conducta “De las cinco a las seis de la mañana y de las cinco a las seis de la tarde, oración privada.”

Juan Welch, el santo y maravilloso predicador escocés, consideraba mal empleado el día si no había dedicado ocho o diez horas de él a la oración.  Él sabía lo que era levantarse en la noche, en el principio de las velas. En la noche abrigado por su batín para protegerse del frío se levantaba a orar.  En una de aquellas ocasiones su esposa empezó a lamentarse al encontrarlo en el suelo llorando. Welch con lágrimas en sus ojos  le contestaba:  “Oh mujer, tengo que responder por tres mil almas y no sé lo que pasa en muchas de ellas!”

Quiera el Señor darnos ese mismo celo.  Hemos aprendido tanta metodología ministerial que hacemos andar a nuestras Iglesias en ruedas de carro en vez de llevarlas en alas de Aguila.  Como el arca guardada en Chiriath-jearim hoy la Iglesia viaja en carreta de bueyes en vez de avanzar en los hombros levitas.  Los sacerdotes son mudos, sólo se oye el mugir del buey y el chirriar de las ruedas acompañándoles todo tipo de tamboriles de címbalos y trompetas.  Pero los siervos de Dios permanecen mudos. El incienso de la oración no está encendido, el arca avanza a punto de caer por falta de oración.

La voz del pasado nos habla hoy.  El método de Dios sigue siendo el mismo “clama a mi y yo te responderé”.  Porque callamos, porque no es oída nuestra voz entre los querubines allá en el Trono de Gracia. No habrá avivamiento sin haber habido lágrimas regando la preciosa semilla.

Leía hace poco la historia de Andrew Bonar y cómo Dios lo usó para el gran avivamiento en Escocia. Bonar era sólo un hombre. Pero era un hombre de Dios. Un hombre de oración.

 

LA PREDICACIÓN BAJO LA UNCIÓN DE LA ORACIÓN

No existe mayor privilegio y bendición que tener un púlpito bañando en el ruego de la oración.  El ejemplo del gran predicador presbiteriano de Glasgow, Escocia, Andrew Bonar nos es de gran ejemplo.  Bonar fue un ministro dedicado a la oración como prioridad en su ministerio.

Andrew Bonar, fue un influyente pastor y escritor cristiano, era el hermano de Horatius escritor de Himnos y amigo personal de Robert Murray McCheyne.  Leer su diario personal hace palpitar más rápido mi corazón, hace ruborizar mi rostro de vergüenza. Me pregunto que escribo yo en mi  propio diario.

Andrew Alexander Bonar nació el 29 de Mayo de 1810, veinte años más tarde nacería de nuevo mientras era estudiante universitario. Él mismo nos recuerda la ocasión con su propio testimonio.  “Fue en 1830 que conocí a Cristo como Salvador, o mejor dicho que Él me encontró y me puso en sus hombros con gozo, desde entonces y durante estos 60 años nunca nos hemos separado.” Muy pronto en su ministerio Bonar encontró el significado de esas palabras “nunca nos hemos separado.”  El mismo compartió la llave de su vida espiritual cuando un grupo de ministros jóvenes le preguntó el secreto de su espiritualidad.  Su respuesta sencilla y clara fue, “solamente puedo decir a mis jóvenes hermanos, que por más de cuarenta años no ha pasado un día sin que yo haya tenido acceso al Trono de Gracia.”

En la biografía de Bonar, Andrew Bonar Diary and Life, podemos observar vez tras vez la dedicada vida de oración que este hombre tuvo. Bonar era un ministro que oraba.  Su obra y ministerio estuvo marcado por un continuo clamor ante el trono de Dios.

Bonar empezó su trabajo pastoral en 1835 cuando era estudiante universitario, bajo la supervisión de un ministro mayor que él.  Allí en la ciudad de Jedburgh, Escocia, encontró el secreto que le acompañaría el resto de su ministerio, una vida consagrada a la oración.  Un 9 de Julio de ese año, justo al principio de su aprendizaje, escribió, “me he resuelto, con la ayuda del Señor, levantarme a las seis en punto de la mañana… y quiera el Señor darme el Espíritu de Oración cada día.  Pronto descubriría como su buen deseo e intenciones se verían frustrados por el sobre esfuerzo del pastorado.  Confesaba, “la tendencia a ser negligente o hacer más corto el tiempo de la oración o la lectura de las Escrituras para ponerme a estudiar otros temas me es una continua causa de humillación.”  También descubrió que las oraciones no siempre eran contestadas de la manera que él esperaba.  O lo que es peor aun, descubrió que sus propias oraciones a veces eran un simple esfuerzo de la carne para poder “auto-complacerse, pensando que estas oraciones serían la razón de su triunfo.”  Dios corrigió esta tendencia en Bonar, y el resultado fue que este fiel siervo se dedicó mucho más a la oración. Algunos días antes de marcharse del pueblecito de Jedburgh para tomar otro pastorado hacía el siguiente comentario: “…he descubierto que cuando pierdo una hora de oración diaria por no levantarme temprano, pierdo 25 días de oración a lo largo de todo el año.”  Por este tiempo su entendimiento de la oración había sido refinado.  Reconoció la falta de poder espiritual en su vida.

Al principio de su ministerio en Collace escribía: “…me he propuesto (y se bien que no podré tan siquiera conseguirlo a no ser que reciba ayuda desde lo alto) ir antes a la cama y levantarme a las seis para poder pasar de seis a ocho orando por mi mismo, por mi congregación,  y la obra de Dios en todo el mundo”  Pensemos por un momento lo que esto significaba para aquel entonces donde no existía el confort de nuestros días y donde el clima de la fría Escocia dejaba heladas las casas.  Decía Bonar sobre esto: “no puedo dejar que ni el frío ni la oscuridad impidan que me levante…debo salir de mi cama y de inmediato empezar a tener comunión con Dios, y el fervor de mi alma calentará el cuerpo.  Oh Señor, dame ese poder.”

Ya a la edad de 28 años este joven estudioso de la oración y predicador de la Palabra había establecido una clara idea de lo que debía esperar de sus propios sermones.  Antes de marcharse de Jedburgh confesaba que muchas veces había predicado “para mi propia gloria.”  Pero esta actitud de su corazón cambió al desear más que nunca que fuera Dios quien hablara a las almas.  “Si durante mi sermón Dios habla desde los cielos una vez…aunque solo sea por un minuto, esa voz deberá sentirse en la congregación toda la semana, aun más, durante los meses siguientes.”  De esta manera rogaba a Dios que hablara a las almas y transformara las vidas.

De la misma manera que un atleta trabaja y se esfuerza diariamente para conseguir resultados y es constante en el entrenamiento aunque parece poco la ganancia diaria, Bonar se esforzaba diariamente en la oración.  Escribía en su diario las siguientes notas…

Domingo 30 de Septiembre de 1838.  He recibido respuesta a mis oraciones, he podido levantarme a las seis, tal como deseaba.

Lunes 10 de Diciembre.  He observado como Satanás intenta distraerme los sábados y los domingos en otras cosas que no sean la directa obra del Señor, y esto me distrae de la oración.  Creo que ahora puedo entender que la oración y el ayuno deben emplear el tiempo de los sábados por la noche y del domingo…y también del lunes por la mañana.

Martes, 1 de Enero de 1839 –  Me levanté temprano para orar y hacer un repaso del año pasado.

Viernes 1 de Febrero.  Me temo que estoy perdiendo el espíritu de la oración.

Viernes 8 de Marzo.  Esta noche voy a dedicarme plenamente a la oración.  (esta entrada en su diario fue realizada después de un viaje de seis meses a Palestina durante los cuales no aparece ninguna otra anotación, el único resumen de esos seis meses es la lucha en la oración).

Miércoles 4 de Diciembre. Siento que por la causa del descanso de las almas ansiosas debo dedicarme a la oración.

Sábado 8 de Marzo.  Me siento temeroso de mi mismo ya que paso menos tiempo en la oración de lo que solía pasar.

Viernes 24 de Abril 1840.  He regresado a casa preocupado y sobre todo falto de oración.  Deseo poder apartar este fin de semana para un tiempo especial de oración con el fin de recuperarme de mi estado.

Sábado 19 de Septiembre.  Dios esta semana me ha estado enseñando cómo puedo redimir el tiempo para la oración aprendiendo a orar mientras estoy andando dirigiéndome a algún lugar.

Sábado, 21 de Noviembre. He descubierto que leer las Escrituras abundantemente es una excelente preparación para la oración.

Viernes, 22 de Enero de 1841.  Me he sentido inestable, y presa de la distracción mucho más de lo normal.  Creo que la causa de esto es que he estado conversando mucho con los hombres, he estado ocupado mucho exteriormente, pero no he estado cerca de Dios por mucho tiempo.

27 de febrero.  He encontrado una nueva experiencia.  He tenido el deseo de orar, e incluso tenía una gran disposición para hacerlo, sin embargo he orado poco ya que una cosa tras otra me impedía hacerlo.  Como consecuencia mi alma desfallece.  Dios no me va a permitir recibir bendiciones sin pedírselas.  Hoy me he propuesto dedicarme a orar y ayunar para que Dios me de entendimiento y refresco espiritual.  No me conformaré hasta que consiga dedicarme a orar por lo menos dos horas diarias.

Cuando llegó el momento para Bonar de trasladarse al que sería el mayor y más largo de sus ministerios en la ciudad de Glasgow, Bonar dedicaba tres horas diarias a la oración y al Estudio de las Escrituras.  Esto formaba parte de la preparación para sus mensajes.  Sin duda fue un logro tremendo, un logro que por desgracia pocos hombres han sido capaces de conseguir. Pero este predicador, nuevo en la ciudad de Glasgow, iba a necesitar este tiempo de oración delante de Dios para poder enfrentar la demanda y presión de su ministerio.  Y aún sin él saberlo en este tiempo, eso es lo que le iba a permitir trabajar en lo que sería la corona de su vida, la Iglesia local en Glasgow que llegaría a una membresía de más de mil personas.   Tenía Bonar cuarenta y siete años y los siguientes treinta y cinco años de su vida los pasaría sirviendo al Señor en este ministerio.  Cuando él llegó a la ciudad, en palabras de su propia hija, Marjory, esta congregación era sólo un grupo de gente dispersa y heterogénea que se presentaban allí indiferentes para escuchar el sermón del domingo.  La Iglesia estaba situada en medio de una vecindad pobre y las costumbres de las personas eran tan peculiares que el mismo Bonar dijo que “se sentía como un misionero en medio de gente pagana que debe pasar meses aprendiendo el lenguaje y los hábitos de dicha gente.”  Después de realizar un estudio del área llego a la conclusión que “aquella vecindad estaba poblada por gene indiferente, por borrachos y vagos, por ignorantes, por ateístas, por acérrimos Católicos, por profesores incrédulos, por jóvenes y viejos, sanos y enfermos.”

Bonar sirvió al Señor en medio de ellos.  Fue igual de diligente en su vida de evangelismo como en su vida de oración y preparación de mensajes.  Su propia hija escribía:

“…sembraba la semilla sin cansarse, siempre en esperanza, llevando la preciosa semilla de vida en los lugares oscuros, día tras día, semana tras semana…nadie se le escapaba y su habilidad en reconocer los rostros era remarcable.”

Cuando preparó una actividad evangelística en su Iglesia para ir a predicar en las calles, solo se presentaron doce miembros de su Iglesia. Pero su esfuerzo y diligente obra hicieron cambiar el corazón de los miembros animando a otros a llevar la preciosa semilla.  Algunos de los comentarios que Bonar hacía en las reuniones de siervos eran realmente memorables. “Si dices que tienes las manos demasiado ocupadas, es justo como deben estar”.  Así animaba a aquellos que ya estaban dedicados a predicar a seguir predicando mucho más.   Al tímido le decía “nunca me ha gustado escuchar a nadie decir que no desea molestar a otras personas hablándoles de religión.  Un creyente debe molestar a otros hablándoles de religión.”  A aquellos que eran de la ciudad les decía: “Vosotros conocéis cada arbusto donde las ovejas se esconden, así que id por ellas.”

No permitía que se le escapase ninguna oportunidad para hablar a los perdidos.  Muchas veces predicaba en la calle aun desde las escaleras de su Iglesia alcanzando a personas que estaban al otro lado de la calle.  En el mismo edificio de la Iglesia se inscribieron en las paredes las palabras en hebreo “el que gana almas es sabio.”

Pero era a la oración a lo que Bonar tal y como hicieron los profetas de antaño, prestó toda su atención.  “Mi parte,” decía él, “es estar en compañía de aquel que proveyó  gran abundancia de peces aunque los discípulos habían estado pescando toda la noche sin conseguir nada.”  El día 1 de Enero de 1858 marcaba el primer año de su ministerio en Glasgow.  Ese día escribiría en su diario, “Ahora se cierra el primer día del año.  He estado muy ocupado con el trabajo, demasiado ocupado.  Debería haber orado más.”

Al finalizar ese mismo mes de enero se exhortaba a si mismo con las palabras, “Debo pedir al Señor más poder. Un pedir continuo, creo en mi propia opinión que es algo muy raro de encontrar, muy pocos ministros, muy poca gente lo hace.” A medida que se acercaba la primavera profundizo mucho más en este sentir.  Escribía, “debo penetrar más en las profundidades del gran océano. ¿Cuándo estaré enfermo de amor? Habitando en la continua presencia del Señor, disfrutando de ese gozo inexplicable y lleno de gloria hora tras hora.”   Ese era su continuo anhelo y se esforzaba en conseguirlo.  En su propio diario nos dice cuántas veces en medio de la oración era interrumpido, pero él persistía en orar y ayunar, intercediendo por las almas ante el Trono, pidiendo poder desde lo alto para predicar la Palabra.

Fue durante este tiempo de su vida que sus oraciones empezaron a centrarse en rogar a Dios por un avivamiento.  Cuando escuchó cómo el Señor estaba obrando en otros lugares, escribió: “¡Oh, Dios mío, desciende a Escocia y ayúdanos! Oh, Señor, haz lo mismo para nosotros en esta ciudad.  Te agradezco Espíritu Santo por obrar allí.  Te agradezco con toda mi alma, y miro tu obra en ese lugar como parte de tu respuesta a nuestras propias oraciones aquí.  Pero, Oh, Señor, desciende también sobre nosotros si parece bien a tus ojos.”

Y por fin llegó dicha bendición.

 

AVIVAMIENTO

El Sábado día 10 de Septiembre de 1859 Bonar escribió, sin duda alguna con una mezcla de regocijo y sorpresa…

“Esta ha sido una semana remarcable.  Cada día he escuchado de alguna alma que se ha salvado en medio nuestro.  Sábado por la mañana uno fue salvo, algunos más aceptaron a Cristo el lunes por la tarde.  El miércoles algunos hicieron profesión de fe al terminar la reunión.  Ayer noche una vez más…”

Un mes más tarde podía gozarse diciendo, “de verdad que este año es como una segunda siega, como aquella de 1840.”  Durante aquellos días Bonar trabajaba con otros ministros en reuniones compartidas.  De una de esas reuniones comentaba: “Los ministros que nos han ayudado hoy son remarcablemente útiles y ricos espiritualmente.  Por una o dos veces me he sentido transportado a la misma presencia del Señor, y me he sentido lleno de esperanza y expectación de recibir más bendiciones.”

Pero, sin duda alguna, las conversiones y el avivamiento que estaba habiendo en el corazón de los creyentes parece haber sido secundario en importancia a la experiencia que Bonar tuvo en la oración aquel sábado por la noche del 8 de Octubre de 1859.  La descripción que él mismo hace de ese acontecimiento puede ser más profunda de lo que cualquiera de nosotros puede llegar a entender.  Bonar declaraba: “Me he sentido hoy por un momento como si estuviera hablando directamente al Espíritu Santo en el nombre de Cristo, pidiéndole que obrara entre nosotros.  De alguna manera en ese momento me ha parecido estar más cerca del Espíritu que del mismo Padre e Hijo, pero a la misma vez me daba cuenta que era todo por medio de Cristo que podía tener dicha audiencia.”

Lo que Bonar estaba experimentando era el efecto de lo que ha venido a llamarse el avivamiento de 1859.  Dicho avivamiento empezó en reuniones de oración que florecieron simultáneamente en América del Norte y en Gran Bretaña en 1857.  Este avivamiento se desplegó en los Estados Unidos, en Canadá, en Gales, Escocia, Irlanda y Gran Bretaña.  Se estima que más de un millón de personas aceptaron a Cristo solamente en Gran Bretaña y alrededor de trescientas mil fueron salvas en Escocia.  Y en todos estos lugares los ministros reconocían que dicho avivamiento era respuesta a la oración.

Aunque el Señor había respondido a la oración enviando tan gran bendición Bonar continuó exhortando a su gente a esforzarse en la oración.  Rogaba a su congregación a consagrarse al Señor en sus oraciones ante la congregación repetía; “si nuestras manos, que deberían tomar del tesoro celestial, están cerradas aferrándose a cosas terrenales, entonces, Señor, trabaja en nosotros, hasta que extendamos a ti nuestras manos vacías.”  Después de predicar un mensaje sobre los hermanos de José y como éste llenó sus alforjas terminó con la petición: “Oh, Señor, tú eres nuestro José.  Te traemos a ti nuestras alforjas vacías.  ¡Llénalas tú!”

Debemos concluir este apartado con palabras de ánimo, no sea que ante tal ejemplo de fidelidad y entrega caigamos en un desánimo tal que nos impida hacer lo más mínimo. El mismo Bonar reconocía que él nunca había llegado a la perfección en la constancia de la oración, y también del peligro que corría de confiar en sus propias oraciones.  Diez años después del avivamiento de 1859 estaba avergonzado por su falta de oración en la intercesión de un amigo que acababa de morir.  “Me siento avergonzado y desanimado, pues no oré por él lo suficiente.  Pablo encontraba tiempo en medio de mil cosas más que debía hacer para orar a menudo y en abundancia.  La oración debe encontrar el tiempo para ella misma.”

Veinte años más tarde, a la edad de setenta y nueve años, continuaba luchando con esa tendencia de dejar que otras cosas tomaran el lugar de la oración. E incluso con ochenta y un año, justo un año antes de morir, determinó “no dejar pasar un solo día en el cual no clame al Señor rogándole que derrame sobre mi Su Espíritu.”

La última cosa que hizo Bonar fue orar.  El último día del año de 1892 reunió a toda la familia alrededor de la cama en la que se encontraba enfermo.  Era alrededor de las seis.  Aun en medio de su debilidad intentó cantar un himno con todos ellos como lo habían hecho en innumerables ocasiones.  Un amigo leyó el Salmo 62 y entonces empezó a cerrar el altar familiar con una oración, en ese momento fue interrumpido por la clara y distintiva voz del Dr. Bonar quien empezó a orar con las palabras del Salmo “En Dios está mi salvación y mi gloria: en Dios está la roca de mi fortaleza, y mi refugio.” Después, el anciano predicador confesó sus pecados y oró para ser aceptado mediante “los méritos del gran intercesor.” Seguidamente oró por el cuidado sobre la familia para esa noche.  La familia se retiró a sus aposentos.  Alrededor de las diez y media Bonar le dijo a su médico, “nunca sabemos como terminará nuestro ministerio.”  Momentos más tarde Bonar yacía “con un semblante que mostraba una paz inexplicable…casi de sorpresa deleitosa…como si súbita e inesperadamente se hubiera encontrado en la presencia de su amado Señor y maestro, con aquél que había estado andando todos esos años en la tierra y quien ahora le iba a recibir a él en la gloria.”

Multitudes que le habían escuchado y amado desfilaron detrás de su féretro en las calles frías y nevadas de aquel 4 de Enero de 1893.  El fiel ministro descansa ahora en el Cementerio de Sighthill en las colinas de Glasgow.  Sin duda alguna muchos habrán meditado sobre su ministerio y obra, y tal vez hayan recordado sus palabras, “es una gran cosa tener un ministro que ora.

«Oh ministro, ¿oras? Oh Cristiano, ¿oras?.  Señor, enséñanos a orar.  Hazlo de nuevo, haz que tu Palabra sea martillo que quebrante la piedra, danos la unción de lo alto para predicarla, danos sagacidad para defenderla, para contender ardientemente por la Fe, danos humildad para enseñarla, danos Gracia para aplicar su bálsamo santo sobre el corazón del necesitado, pero sobre todo, Señor, enséñanos a orar. Hazlo de nuevo, esta vez en España, como lo hiciste en Glasgow, como lo hiciste en Inglaterra, en los campos de mineros con Whitefield, en los campos de arroz con Hudson Taylor. Hazlo de nuevo ahora aquí en los campos de España. ¡AMÉN!