Los jóvenes se van de nuestras Iglesias con razón

Alejandro Sánchez

Hace unos días leí un artículo que pretendía explicar las causas de por qué tantos jóvenes abandonan nuestras iglesias. El escrito en cuestión pasa a explicar algunas de esas razones que a su juicio lo provocan. Sin embargo, creo que se dejan de lado algunas cuestiones que deben ser tenidas en cuenta.

El artículo refiere que cuando acaban sus estudios para entrar en la universidad, se esfuman y ya no vuelven a la iglesia en la que crecieron junto a sus padres. La primera cuestión respecto a esto es que les hemos engañado haciéndoles pensar que en la iglesia podrían encontrar lo que el mundo les ofrece; eso sí, “cristianizado”. Pero este sucedáneo ficticio sólo puede ser útil, si alguna vez lo es, mientras no tienen ideas propias. Pero en cuanto aprenden a pensar por sí mismos, se dan cuenta de que lo que les estaban dando era simplemente eso, un sucedáneo; y ¿por qué conformarse con el sucedáneo si pueden tener lo original?

También dice el referido artículo que la mitad de los jóvenes que se van vuelven después de diez años. No es esa mi experiencia. La mayoría de los que se marchan ya no vuelven porque han visto en sus años de asistencia que todo intento había sido un afán por mezclar la iglesia con el mundo precisamente para que no se fueran. Y es precisamente esa competición infructuosa de mezclar las cosas de Dios con las del sistema mundano las que ellos rechazan. Esta forma de actuar de las iglesias (léase pastores y líderes) lo que si consigue es que el evangelio del Señor Jesucristo sea un mero substituto de las cosas del mundo que afectan a la carne de los jóvenes. Y la verdad es que, a pesar de los esfuerzos que se hacen para hacer la “mezcla”, no pasa de ser eso, un intento que no acaba de satisfacer a los deseos  y pasiones juveniles. Esa es la semi-satisfacción que obtienen en los cultos que se les ofrecen. Solamente semi-disfrutan.

También es justo decir que a muchos jóvenes les aburren los cultos tradicionales, pero una de las razones que tienen para ello es que padecen mucha presión de la carne y del mundo. Las pasiones juveniles de las que habla Pablo al joven Timoteo son fuertes por lo general. Pero son todavía más fuertes para aquellos jóvenes a los que no se les ha enseñado a depender del Señor y recibir de Él las fuerzas para sus tiernas vidas. La lucha que tienen es grande, pero los recursos espirituales son escasos.

Por otro lado, podría decirse que la enseñanza de la doctrina bíblica es la solución, sin embargo, no llega a ser suficiente. La enseñanza y la predicación de las verdades de la Palabra de Dios llegan a ser meras teorías que en la práctica sirven para muy poco o para nada. Lo han visto obrar en muy poca gente o en nadie.

Teniendo esto claro es fácil darse cuenta que el peso de la culpa de que los jóvenes abandonen nuestras iglesias es que por años les ha faltado ver en las vidas de sus padres y de sus pastores lo que han estado oyendo desde los púlpitos.

Otra cosa que les incitará a marcharse de nuestras congregaciones es que año tras año, mientras crecían, han experimentado en el seno de la iglesia y en sus propias casas los comentarios y críticas al pastor, diáconos u otros hermanos que sirven al Señor, en vez de tratar de edificarse los unos a los otros comentando y considerando las verdades predicadas y ponerlas como columnas que sostengan sus propios hogares. Me da la impresión que muchas veces estamos buscamos culpables mientras “echamos balones fuera”.

El problema está ahí. No podemos obligar a nuestros jóvenes a que continúen en la iglesia. Pero el estímulo que deben tener, no es buscarle sustitutos al mundo. Esto no podrá ser suficiente. De nuevo preguntamos: ¿Por qué conformarse con un sucedáneo si se puede tener lo original? Son demasiados los que piensan: si les damos en la iglesia lo que a ellos les atrae del mundo, conseguiremos que no se vayan. ¡Creso error! El Señor Jesús no instituyó su Iglesia para competir con el mundo. La Iglesia se estableció para que los que pertenecen a ella, los salvos, pudiesen salir del mundo. Cuando la Iglesia ofrece lo que ofrece el mundo , no sólo no conseguimos que los jóvenes se marchen, sino que al mismo tiempo estamos metiendo al mundo en la Iglesia, cosa completamente contraria a los deseos de Cristo, quien es la cabeza de la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella para santificarla, no para que fuese mancillada con un mundo cada vez más anti Dios. Los métodos del mundo están diseñados para entretener a los que pertenecen a ese mundo. Cuando intentamos traer dentro de la iglesia las cosas que hace el mundo, no sólo estamos ensuciando la iglesia, sino que estamos creando un falso mundo dentro de ella, y esto no únicamente decepciona a los jóvenes, sino a los adultos y familias.

Ciertamente hay un cierto número de jóvenes que se irán por causa de la influencia que han vivido por años en sus escuelas y por medio de la TV. Estos medios son medios totalmente contra Dios, pero ellos han estado sometidos muchísimas horas año tras año a esas enseñanzas que niegan a Dios y sus principios y enseñanzas. Ahora nosotros, siendo muy ingenuos pensamos que con una «horita» de predicación o enseñanza a la semana, y a veces muy superficial, podemos contra restar a esos medios. Nada más lejos de la realidad. Aun si fuera al revés tendríamos dificultades. ¿Cómo, pues, podemos pensar que sea fácil luchar contra 25 horas semanales o más, llenas de argumentos en contra de la Palabra de Dios y negando su existencia continuamente? ¿Cómo podremos competir con nuestra “horita” de Escuela Dominical o culto? Y esto sin contar las horas de videojuegos y TV que emplean el resto del tiempo. ¿Qué resultado esperamos de esta ecuación? Si algún joven se queda en nuestras iglesias durante y después de su asistencia a la universidad secular, será por la pura gracia de Dios que seguramente habrá usado la vida de sus padres, la de su pastor y sus enseñanzas y predicaciones.

No basta con ver dónde está el problema; hay que ponerle remedio. Y recordar que mientras le sigamos el juego al Maligno y al mundo, éstos se llevarán a nuestros jóvenes de la mano de su carne. No soñemos, la carne es débil, y la de los jóvenes más todavía precisamente por su juventud. Su estado no es maduro ni aunque estén en la universidad. Están en trance entre la niñez y la adultez. De ahí la necesidad imperiosa de alimentar el espíritu y no la carne. Pero precisamente estamos haciendo esto: alimentar la carne mientras intentamos con los métodos del mundo que no se nos vayan.

El remedio es que volvamos a reservar la Iglesia para Cristo y tratemos de mantenerla limpia y separada del mundo. Pidamos al Señor un avivamiento espiritual y no provocado, para volver a los linderos antiguos sin miedo. La obra es de Dios, no nuestra. El éxito delante de Dios no se mide por la metodología y el número de asistentes, sino por la fidelidad a Él y a Su Palabra. Y esto es de lo que falta, y mucho. Si nuestros jóvenes son salvos de forma genuina y sincera El Espíritu Santo de Dios les convencerá de la verdad y les llevará a toda la verdad.

Hermanos, no tengamos miedo de hacer la obra de Dios con los métodos de Dios. Y uno de ellos es ¡la locura de la predicación!