1Cor.15:14-19
Quizá pueda parecer extraño que hoy este devocional no se enfoque en el nacimiento del Señor Jesús. Cuando estaba viendo qué debía traer hoy, estaba pensando en el nacimiento; en la llamada Navidad. Sin embargo, meditando sobre ello, me vino un pensamiento básico.
Quizá debido al título de la Cantata que tendremos esta tarde: “De la Cuna a la Cruz”. Y es que, cuando tratamos del Hijo de Dios que vino a la tierra, no hay Cuna sin Cruz, ni Cruz sin Cuna. La Cuna fue necesaria para que Cristo se hiciese hombre y habitase entre nosotros. Por eso fue necesaria la Cuna. —Pero una Cuna sin Cruz no salvaría a nadie. Y al contrario, una Cruz sin Cuna, sería tanto como decir que Cristo fue a la Cruz sin ser un hombre. Era necesario que hubiese Cuna para llegar a la Cruz.
Pero más allá de la Cruz, hay otro aspecto que debemos recordar aún en estos días. La Cuna fue el principio de nuestra redención. — La Cruz fue el final de la obra de salvación. Allí Cristo pagó por nuestros pecados y nos libertó. Pero si no hubiese habido Resurrección, ni la Cuna ni la Cruz hubiesen servido para salvarnos. Cuando recordemos el nacimiento del Señor Jesús debemos recordar para qué nació. Pero cuando recordemos para qué murió, debemos recordar que fue para resucitar al tercer día. Cualquier aspecto de Su primera venida fue glorioso.
Cuando nació, los ángeles y el firmamento se pusieron en marcha. Los pastores fueron corriendo a ver al Niño que se les había anunciado. Los magos vinieron desde muy lejos para ver al Niño. Cuando llegó a la cruz, la naturaleza se quejó: Hubo un fuerte terremoto y las piedras se partieron, y se oscureció el Sol por tres horas.
Pero la pregunta que debemos hacernos es esta:
¿Qué sería de nosotros si Cristo solamente hubiese venido y hubiese hecho los grandes milagros que hizo? ¿Qué hubiese sido de nosotros si hubiese llegado a la Cruz para morir por nosotros, y allí se acabó todo?
La Palabra de Dios nos habla de que lo mejor de Su venida no fue su nacimiento en un pesebre; no fue su muerte en una ignominiosa cruz. — ¡fue su resurrección! Pablo nos dice: “si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.
¿De qué nos serviría un Cristo que no venciera a la muerte? El Señor Jesús vino a este mundo como un indefenso bebé. Vivió una vida humilde. — fue llevado preso como un malhechor. —Fue llevado como cordero al matadero. ¡Pero resucitó con poder de entre los muertos! Esta es nuestra esperanza queridos Hnos. Una vez más se cumple lo que dice Eclesiastés 6:8: “Mejor es el fin del negocio que su principio”.
Es el final de este negocio de Dios lo que más nos beneficia. Damos gracias a Dios por enviar a Su Hijo unigénito a nacer en este mundo. Él debía ser en todo semejante a nosotros para poder hacer la obra de redención.
He.2:17-18 “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.
Y sigue el ver.18 “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”.
¿Cómo podría socorrernos si no hubiese resucitado? ¿Cómo podría interceder por nosotros si no estuviese a la diestra del padre? Él debía morir en la Cruz para redimir (expiar) nuestro pecados. Pero debía culminar con la resurrección de entre los muertos para compartir su victoria sobre la muerte con nosotros.
Hnos. debido a que Cristo resucitó, es que no somos falsos testigos. —No somos dignos de conmiseración. Nuestra fe no es vana. Nuestra predicación no es en vano. ¡Ya no estamos bajo condenación porque ya no estamos bajo en nuestros pecados!
¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!
Esto lo cantaron los ángeles cuando anunciaron el nacimiento del Señor Jesús, pero no podría cumplirse si Cristo no hubiese resucitado al final de Su obra.
Hnos. y amigos, esto es algo para meditar. —Meditemos unos momentos.