miércoles, noviembre 1

Reseñas Históricas: Julianillo Hernández

“El colportor de la Biblia quemado vivo”

Natural de Valverde (cerca de Medina de Rioseco, (Valladolid), Julián Hernández que a causa de su pequeña estatura fue llamado Julianillo, había salido en los años 1550, de su patria Castilla la Vieja para París, Escocia y Alemania, por ser “luterano”, esto es, parcial a la Reforma.  En Francfort era diácono en la iglesia de los refugiados walones.  Cipriano de Valera dijo en su Biblia (1602): “El doctor Juan Pérez, de pía memoria, año 1556 imprimió un Nuevo Testamento, y un Julián Hernández, movido con el celo de aprovechar a su nación, llevó muy muchos de estos Testamentos y los distribuyó en Sevilla, año de 1557. A Juan Pérez, Casiodoro y Julián yo los conocí y traté familiarmente”.  Es lo que confirmó Juan Crespín Histoire des vrais témoins de la verité de l’Evangile.  En Ginebra sirvió a J. Pérez en calidad de amanuense y corrector de pruebas.

He aquí el informe del inquisidor de Sevilla a su colega de Granada:

“En julio de 1557, llegó aquí de Alemania un español poco docto, pero gran luterano.  Traía cartas y libros prohibidos, muy perjudiciales para muchos individuos de esta ciudad. Habían sido mandados por personas que habían ido a Alemania para gozar como luteranos, de mayor libertad, y que sabían que la gente estaba muy dispuesta a seguir esta falsa doctrina.”

En dos grandes pipas o barriles, por vía de Flandes fueron introducidos estos Nuevos T. de Pérez, los Salmos, el Tratado “Imagen del Anticristo”, traducido del italiano, etc.

Julián había sido recomendado a un hidalgo Juan Ponce de León, hijo de la duquesa de Bailén, que trajo sobre su mula en la ciudad los dichos libros, los escondió en su casa y los distribuyó al día siguiente.  Para los gastos, regaló a Julián 20 ducados.

Algunos días más tarde se reunían muchas personas notables, en un cuarto para leerlos.

Desgraciadamente el colportor entregó una carta y un libro (La Imagen del Anticristo) al fanático padre González en vez de darlo a su honónimo D. J. González gran predicador a quien estaba  recomendado.  Por este quiproquo fue denunciado a

los inquisidores, y tuvo que huir: pero perseguido en todas partes fué preso por un familiar del S. Oficio Cristóbal de Tordesillas en la Sierra Morena, a 30 leguas de Sevilla con su compañero D. Juan Ponce (éste de Ecija); y el 7 de octubre de 1557,

encerrado en el castillo de Triana, residencia del famoso Tribunal sobre la rivera derecha del Guadalquivir.

“Este Julián H. dice A. Llorente, fue preso por el S. Oficio, y la cadena de citas y   remisiones que hay en el proceso de una persona para investigar las opiniones religiosas de quienes trataban con ella, dio principio a la multitud de procesos que se forman en los 15 años siguientes en la Península y especialmente en Sevilla y Valladolid” 

(Hist. Crítica de la Inquisición, tomo IV).

No debe hacerse responsable de todas esas prisiones a Julián.

Su pariente Magdalena Hernández, del mismo Valverde, fue procesadO.  Cinco frailes del convento de S. Isidoro, (sospechados por haberse escapado de ella ya once, entre ellos C. de Reina y Cipriano de Valera), fueron detenidos, y también el P. González con su madre y tres hermanas que destruyeron a tiempo las cartas, en las cárceles de Triana.

En el tormento repetido no le fueron arrancados a Julián los nombres de sus correligionarios, sino de los que estaban ya fuera de peligro, los de J. Pérez, de Diego de Santa Cruz que estaba casado en Francfort, y le había regalado 30 ducados para la encuadernación de los libros; del famoso doctor Egido ya fallecido cuyos huesos fueron desenterrados y quemados en el auto de fe del  27 de octubre de 1558.  Pero, como dijo Montanus, no hizo delación de nadie en Sevilla.

Durante los tres años de prisiones para probar su celo y las diligencias en favor de la Santa Sede, el Inquisidor General, Fernando de Valdés envió al papa Paulo IV un largo informe.

“Desde que se conocen las herejías de Lutero, la España fue preservada del contagio por la vigilancia del Santo Oficio.  Sin embargo, “un Julián, llegado de Alemania con cartas de un gran hereje, Juan Pérez, para personas distinguidas, ha traído muchos libros.  Aunque obstinado parece manifestar arrepentimiento y deseo de reconciliarse con la Iglesia.”

Se puede leer la sentencia en la obra del Dr. Schaefer t. I  440. He aquí la sentencia algo abreviada:

“Visto por nos don Juan González, por la gracia de Dios y la santa iglesia de Roma, Obispo de Tarragona, por autoridad apostólica y ordinaria un proceso de pleito criminal entre partes, de la una, el reverendo licenciado Diego Muñoz, promotor fiscal de este Santo Oficio, actor acusante, y de la otra, reo acusado, Julián Hernández, natural de Valverde, diácono en la congregación luterana de los Walones en Francfort. Sobre y en razón que el dicho promotor fiscal presentó ante nos un escrito de acusación por el cual dijo que, siendo el dicho Julián Hernández cristiano bautizado, apartándose de nuestra santa fe católica se había pasado a la dañada secta luterana, y había tenido y creído con pertinacia sus dogmas y herejías y errores; y para que en esta ciudad pudiesen ser instruidos  en la dicha secta, había traído a ella muchos libros:

Fallamos, atentos a los autos y méritos del dicho proceso que el dicho promotor fiscal probó bien y cumplidamente su acusación así por testigos como por confesiones espontáneas ante nos, hechas por el dicho Julián Hernández haber sido y ser hereje pertinaz apóstata luterano, y haber venido a estos reinos de España y traído libros prohibidos, con ánimo e intención de pervertir a los buenos y católicos cristianos en los errores de la secta pestilencial del malvado heresiarcha Martín Lutero: y por ello haber caído e incurrido en sentencia de excomunión mayor y en todas las otras penas y censuras en que caen semejantes herejes; en confiscación y pérdida de todos sus bienes cuya declaración reservamos, y que sea degradado de la orden de primera tonsura y grados que dice que tiene; y así lo relajamos a la justicia y brazo seglar, a los cuales muy encarecidamente rogamos que se haga misericordiosamente con él. Y por cuanto el delito de la herejía es tan gravísimo que no se puede castigar suficientemente en la persona que lo comete, y la pena se extiende a sus sucesores, por ende, declaramos todos sus hijos y nietos por la línea masculina ser inhábiles, y no poder tener beneficio eclesiástico, ni oficio público, ni de honra; y por esta nuestra sentencia así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos.

En el auto de fe de Sevilla, el domingo 22 de diciembre de 1560, aunque hayan sido divididos entre sí los Inquisidores, y que el licenciado Gasco no haya votado la “relajación”, fue primeramente agarrotado Juan Ponce de León que parece haber flaqueado en el tormento y después volvió a la fe y su cuerpo reducido a cenizas; y su hijo D. Diego, perdió el título de conde de Bailén.

Al salir de la prisión para ser conducido a la hoguera, Julián Hernández dirigió a sus compañeros que iban a sufrir el mismo suplicio, estas palabras: Compañeros míos: manteneos firmes en vuestra resolución, pues ahora es cuando más conviene que nos mostremos soldados valerosos de Jesucristo. Demos a vista de los hombres un fiel testimonio de El y su verdad que dentro de breves horas, como compensación, recibiremos de El la prueba de su aprobación, triunfando una eternidad con El.

Para animar a los presos, solían cantar en el calabozo:

“Vencidos van los frailes

Corridos van los lobos”. 

Habiéndosele puesto una mordaza, continuó con sus miradas y ademanes a animarlos.

En la esperanza de hacerlo retroceder por miedo al fuego, el licenciado Francisco Gómez a quien los inquisidores habían encomendado “esta maldita bestia”, pidió que se le quitase la mordaza y pretendió “quebrantar lo que llamó su orgullo, y se confesase. Según el P. Martín Roa “comenzando la disputa junto a la hoguera, el fraile le apretó con tanta fuerza de razones y argumentos que, con evidencia (??) le convenció.”

“La verdad histórica es que Julián le echó en cara que hablaba como un hipócrita contra lo que sentía, por miedo de la Inquisición. Impacientes los soldados le atravesaron el cuerpo con sus alabardas: pero él permaneció  firme en su creencia, como dice Llorente.

“Acabada la batalla, concluyó Juan Pérez en su Epístola consolatoria, y habiendo perdido la vida por amor de Cristo, la hallaremos en El sana y salva y libre de todos los peligros.”

 

Fragmento copiado literalmente del libro:

“Escritos de Pablo Besson”.

Recopilados por Santiago Canclini. Vol. I, pp. 139-141.

Impreso en Buenos Aires el 29 de mayo de 1948.