Por Ana Galyia.
Frecuentemente la Biblia compara a un hombre y a su esposa con Cristo y Su Iglesia. Aunque yo no tengo ninguna dificultad en querer agradar a Jesús, he de confesar que me cuesta horrores el querer agradar a mi esposo “terrenal”. Sabiendo que el Señor es perfecto y que la Palabra de Dios no miente, me mantiene en el carril correcto de sumisión a Dios. De la misma manera, sabiendo que mi amado esposo es imperfecto (y dicho sea de paso, ¡yo también lo soy!), me hace dudar en cuanto a tener que someterme a él como la esposa “terrenal”, y en muchas ocasiones no sé lo que debo hacer. A veces espero respuestas en la oración. Otras veces pido consejo a hermanas maduras en la fe, pero al final siempre he de mirar en la Biblia para todas mis respuestas en relación con la parte que yo tengo en Su creación y en la relación con mi marido. El estar sujeta a Dios, un Ser al que no he visto en el plano físico, puede parecer bastante nebuloso para algunos. Para mi, el estar sujeta a mi marido, a quien puedo ver, es lo que me parece en algunas ocasiones un poco irreal. Sin embargo, si yo estoy de acuerdo con la Biblia, y si comprendo especialmente Colosenses 3:18-4:1, he de estar bajo la autoridad de mi marido como al Señor.
No sé que te pasará a ti, pero yo tengo algunos problemas en esta área. Algunas veces mi esposo me ha pedido cosas, que van totalmente en contra de mi voluntad. Es en esos momentos cuando yo tengo que confiar en la naturaleza Divina de Dios para subir por encima de la situación y encontrar la ayuda que necesito para hacer lo que más le agrada a Él.
Uno de estos incidentes ocurrió cuando yo estaba recién convertida al Señor, y antes de que él rindiera su vida al Salvador. Debido a mi mente y espíritu cambiado, empecé a deshacerme, poco a poco, de prendas de vestir de las cuales yo sentía que no eran características de “una mujer piadosa”, prendas que acentuaban mucho mi figura, por ejemplo: blusas con escote grande, mini faldas, tejanos ajustados y vestidos estrafalarios. En su lugar empecé a vestir blusas bien cortadas y amplias, faldas con pliegues y ropa femenina en general que llamaban la atención hacia mi buen gusto y no hacia mi cuerpo. Yo me adapté rápidamente a mi nueva apariencia, sin saber que mi esposo estaba traumatizado por ella. Un día él me comunicó, de mala manera, lo descontento que estaba con mi nuevo vestuario y me pidió que vistiera para salir con él algo que era muy “revelador” y provocativo. Mi primera reacción fue la de rehusar llanamente a su petición y mantenerme firme en mis principios, sin embargo, me acogí a I Pedro 3:1, 2 que dice:
“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa.”
Yo le pregunté a mi marido qué era lo que le gustaba de mí cuando vestía ropa “reveladora”. El dijo: “Me recuerda cuán suave y calurosa eres y lo bien que me siento en el contacto físico contigo”. Finalmente podía comprender algo de lo que él estaba pensando. Entonces yo le pregunté: “¿Cariño, tu quieres que otros hombres piensen de mi de la misma forma? ¿Que sientan lo mismo que tú sientes acerca de mi?” Esta pregunta dio en el clavo. Ciertamente él no quería eso. “Me parece a mi, cariño, que si yo visto ropa sugestiva en público, estoy dando facilidades para que los hombres que me ven piensen así. Ahora yo soy cristiana, y no quiero hacer fácil que otros pequen”. Él asintió con su cabeza comprendiéndolo. Pensando que podía ir un paso mas adelante, dije: “¿Estás de acuerdo si visto para ti exactamente de la forma que a ti te gusta aquí en nuestra casa?” Lo que podría haber sido una situación frustrante y estéril se convirtió en bendición. La gente en el mundo no debe ver la sensualidad de otro cuerpo femenino, ¡ya tiene bastante con los de las mujeres del mundo! El cuerpo cristiano es del Señor y no debe ser expuesto para incitar a otros.
Ahora yo tengo una buena selección de ropa decorosa y modesta, pero más que nada, puedo mantener mi cabeza erguida como hija del Rey.