Traducido por Alejandro Sánchez.
Tras los himnos preliminares del culto de la tarde, el pastor se levantó pausadamente y se dirigió hacia el púlpito, y antes de comenzar su mensaje introdujo a un ministro del Señor que estaba de visita.
En la introducción, el pastor dijo a la congregación que el invitado ministro era uno de sus mejores amigos de su infancia, y quería darle unos momentos para saludar a la iglesia y compartir cualquier cosa que sintiese que podría ser apropiada para el culto. Al acabar de decir estas palabras un
anciano llegó al púlpito y comenzó a hablar:
“Un padre, su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando muy alejados de la costa del Pacífico cuando, de repente empezó a acercarse una gran tormenta que les impedía volver a la costa. Las olas eran tan altas, que aún siendo el padre un experimentado marinero, no pudo mantener el bote a salvo, y los tres fueron lanzados al océano mientras el bote se tornaba boca a bajo.”
El anciano jadeó unos momentos mientras conectaba con sus ojos con dos jovencitos que estaban, por primera vez desde que comenzó el culto, mostrando cierto interés por la historia.
El hombre continuó su narración.
“Tomando una cuerda, el padre tuvo que tomar la más grave y repentina decisión de su vida: ¿A cuál de los chicos habría de lanzar la cuerda? Sólo tenía unos segundos para decidir. El padre sabía que su hijo era creyente, y sabía también que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de su decisión no podía compararse con el torrente de olas. Mientras el padre gritaba: ‘¡Te quiero, hijo mío!’ lanzó la cuerda salvavidas al amigo de su hijo. Cuando el padre pudo atraer al joven al bote vuelto boca abajo, su hijo había desaparecido por debajo de las protuberantes olas y perdiéndose en la negrura de la noche. Su cuerpo nunca se encontró.”
Para entonces, los dos jovencitos estaban bien sentados en el asiento, ansiosos por oír las siguientes palabras de la boca del anciano.
“El padre”– continuó – “sabía que su hijo entraría en la eternidad con Jesús. Así que, él sacrificó a su hijo para salvar al amigo de su hijo. Cuán grande debe ser el amor de Dios para que hiciese lo mismo por nosotros. Nuestro Padre celestial sacrificó a su único hijo para que nosotros podamos ser salvos. Yo os urjo a que aceptéis su oferta de rescatarte y que os agarréis a la cuerda salvavidas que él os está lanzando en este culto.”
Con esto, el anciano concluyó y bajando del púlpito se sentó en su lugar. El silencio llenaba la sala.
El pastor, se levantó de nuevo y con lentitud volvió al púlpito y predicó un breve mensaje con una invitación al final. Sin embargo, nadie respondió a la invitación.
En los minutos inmediatos al final del culto, los dos jovencitos vinieron al anciano y le dijeron: “Fue una historia preciosa,” – dijo uno de los dos chicos, — “pero me parece que no es muy real la historia de que un padre de a su hijo en la esperanza de que el amigo de su hijo llegase a ser creyente.”
“Bien, habéis conseguido el punto” – dijo el anciano mientras tomaba su Biblia. Una sonrisa llenaba su delgada cara. Miró de nuevo a los chicos y les dijo: “Parece no ser muy realista, ¿verdad? Pero yo estoy aquí hoy para deciros que esta historia me da un destello de lo que debió sentir Dios cuando dio a su único hijo por mi. ¿Veis?, yo soy aquel padre, y el amigo de mi hijo es vuestro pastor.”